jueves, 22 de noviembre de 2018

Pies de arena

Terminó como filósofo. Decía que su labor era como la de un mosquito. Sus ideas y argumentos provocaban erupciones y comezón en quien lo escuchaba.  Cada vez lo hacía mejor. Incluso un día se enamoró. Fue entonces que se escuchó su propia voz, sus propias ideas y comenzaron las erupciones en la piel. Al principió no dolió. Salió una pequeña roncha en el talón. Provocaba fuertes episodios de comezón por las noches pero era soportable. Durante el día su vida era normal. Primero arrancó la roncha. Salió un poco de sangre pero era placentero el dolor. 
Un día sin explicaciones ella se fue. Lo último que le dijo la noche anterior era -Piensas demasiado-. Esto fue como un trampolín para la comezón que se volvió insoportable. Se quedó pensando las razones por las que se fue, sin cuestionarla, sólo imaginando que regresaría.
Un noche tras rascar y rascar llegó al hueso y le sorprendió ver que estaba hecho de arena. Ningún razonamiento filosófico logró poner en paz su corazón para explicar tan extraño suceso. Lo cierto es que trató de vendarlo para que no siguiera saliéndose la arena. Le resultaba complicado ponerse de pie y compró un bastón. 
Pasó el tiempo. El malestar crecía y crecía hasta que fue insoportable. Un día decidió renunciar a su trabajo por que nadie le creía y estaba arto de lidiar con gente que además se burlaba de su malestar, alegando que sólo tenía pie de atleta. 
Se amputó el pie para terminar con el malestar. Ya no salía sangre. Sólo arena. Amarró su piel como un costal. La comezón no cedía. Al contrario hacía que se rascara más por las noches mientras dormía. Al día siguiente intentaba rellenar su pierna con la arena que se había regado sobre la cama.
Amarró sus manos para evitar rascarse pero siempre lograba liberarse alguno o las dos. Usó cadenas apretadas a las muñecas para impedirlo, hasta que terminó por desprenderse una de sus manos. No sangró. También estaba llena de arena...
Pasaban los días. No ya no salía a la calle. Cada vez perdía más arena entre la cama y los muebles. Sus miembros se hacían más delgados. Hizo pedidos de arena hasta que su cuenta bancaria quedó en ceros.
Cada día perdía más arena, más peso y estaba más delgado. Lo aterraba la sensación de que desaparecer y su piel se quedara como un costal vacío. 
La única solución para no desaparecer era irse a vivir a la playa pero sin dinero en el banco y sin trabajo era imposible. Su destino estaba escrito.
Días después recibió una llamada telefónica. Pensó que sería ella, la mujer de la que había enamorado. La que le hizo escuchar su voz y llegar a donde estaba. Eran los de la tarjeta de débito vacía. Se comunicaron para informarle que por sorteo del banco había ganado a un viaje a la playa. Sólo tenía que pagar su anualidad para obtenerlo. Vendió su teléfono para poder pagar la anualidad y conseguir el viaje. Puso en renta el departamento de interes social que le había dejado su madre con todo y muebles. Se compró una silla de ruedas. Consiguió un pequeño cuarto en en la playa a las orillas, fuera de la zona turística. Era feo pero tenía salida al mar. 
No encontró explicación filosófica alguna, ni lo estuvo pensando pero poco a poco su pierna y si mano como las lagartijas comenzaron a crecer hasta estar completas.
Ahora vive en la playa. Todas las mañanas se levanta a mirar el amanecer a través del mar mientras rellena su cuerpo de arena. 

 

martes, 14 de agosto de 2012

La filosofía del Taxista

- Mire, joven. Yo aprendí Inglés en Estados Unidos, un poco de francés, Italiano y Portugués. Se pude decir que domino muchas lenguas, menos la de mi esposa y la de mi suegra.

La filosofía del Taxista



-Mire, joven. Hay tres mujeres en la vida de un hombre: Con la que te quisiste casar, con la que te pudiste casar y con la que estás casado.

jueves, 8 de diciembre de 2011

La tejedora (segunda entrega)


- No podría decirle cuanto tiempo. Todo depende del material.
-¿Cómo?
- Pues serías varias sesiones donde usted me diga todas las mentiras que ha pronunciado para tener material suficiente para construir el vestido.
      La Reina pensó que tendría que contar todas sus mentiras.
-Pero no tienen que salir de este taller.
     Salió a prisa sin despedirse. Es curioso como los problemas llegan solos a esos seres extraordinarios como la Tejedora. En los días que se ausentó la Reina, buscó todas las formas para poder desarrollar la dichosa fibra de mentiras para tejer el vestido, esto la llevó a un camino por el que nunca se habría metido. Toco a la puerta de un loco inventor, este le mostró un aparato que desarrolló para grabar la voz humana, era el primer invento parecido a los acetatos o discos de vinil. Sólo tendría que hablar por una especie de corneta que en la punta tenia una fina aguja que iba rayando el vinilo y así lograría hacerlo. En los días posteriores se dio a la tarea de realizar una fibra muy delgada para que se rayara conforme la Reina fuera confesando sus mentiras.
     Dos de cada tres sesiones con la Reina, al salir, la Tejedora lloraba amargamente por cada atrocidad de la que se enteraba. En total fueron treinta pero, en la última llegó una señora pobre pidiendo auxilio, la Tejedora dijo que tendría que ser después porque estaba con una persona importante. Lo malo en esto es que la Reina escuchó la petición: Mi pequeña hija perdió la mano, me dijeron que usted puede tejer cualquier cosa, quiero que le teja una mano humana... Los ojos desorbitados de la Reina le hicieron entender que había escuchado. Se apuró con la reina y le dijo que en una semana estaría. Al salir del taller miró a la mujer con su hija y la mano vendada, solo suspiró.
    Al término de la semana no faltó a la cita. Se puso el vestido exclamando que era verdaderamente bello. Agradeció y pago una fortuna. Lo acariciaba, se veía en el espejo, sonreía. Era tanta la emoción que había olvidado aquella petición que tanto la había escandalizado. ¿Una mano? Sabía que había cosas posibles pero ¿una mano? pedir eso era de ignorantes, pobres. Es imposible, esos fueron sus pensamientos durante la semana. Y como ya habíamos dicho los olvidó con la gran belleza del vestido.
    Estaba por salir del taller, felizmente abrazó a la tejedora y al dar la media vuelta, notó que, en un rincón estaban unos pequeños dedos de niño... (continua) (1)
  

domingo, 4 de diciembre de 2011

La tejedora (primera entrega)


     Podía tejer mejor que cualquiera, era capaz de usar todos los materiales para construir artificiosamente todo tipo de prendas. Nunca nos damos cuenta que todo lo que llevamos puesto está entrelazado por hilos o fibras, como deseen llamarles. No es extraño que se llamen "tejidos" X o Z a todas las partes de nuestro cuerpo.

     Recibía pedidos de todo el mundo: personas ricas, pobres y famosas. Su sobrina pidió una bufanda de tela de araña, un famoso escritor un abrigo de letras, un vagabundo unos calcetines irrompibles, y muchísimas más peticiones.

      El primer problema fue una petición de la reina:

-Quiero un vestido hermoso de mentiras.
-¿Mentiras?
-Sí. Usted es la mejor, la más famosa. Dicen que puede trabajar con cualquier material.
- Sí su majestad... pero, las mentiras no tienen materia. No hay manera de hacer hilos o fibras con ellas.
- ¡Ese es su problema! Pagaré lo que sea.
- No puedo.
-...

     La sobrina de la famosa tejedora atinó a decir:

- Tía, su majestad la Reina, se refiere a un vestido de mentiras, no real, de mentiras, de "mentiritas".
- ¡Jajajajaja! Ahora, si que me has hecho reír.
- No seas irrespetuosa.
- ¿Cuánto tiempo necesita para terminarlo?
-...

   Pensó unos segundos en mil opciones, no sabía como resolverlo, pero conocía que el proceso para formar los hilos requería mucha materia prima. Esto, obligaba a la tejedora a solicitar ese material a la Reina, lo que le haría saber verdades que no quería saber. Lo peor es cómo transformaría esa materia inmaterial en fibras para tejer...    (continua)

jueves, 1 de diciembre de 2011

La mirada




No mires por arriba de tu hombro izquierdo, cuando apagues la luz al salir de un cuarto. Esa es la forma más cercana de ver tus peores pesadillas en vivo. Marcos me contó que cuando lo hizo vio a su mamá muerta, y lo peor es que, todo el tiempo venía esa imagen a su cabeza, era tan real, que incluso creía que su madre había muerto de verdad.
Pasado el tiempo se convirtió en un juego de niños. Los valientes se atrevían a hacerlo. Carlos vio a su perro muerto, el Gordo que le robaban su comida (todos reímos), José María que veía morir a su abuela y así... Yo no me atreví, en ese momento, inventé que le cortaban un brazo a la maestra.
Me atreví, estaba allí, era yo, me observaba cuidando no mirarme. No quise ver más. No por ahora. No vimos en una semana a Marcos. Esa semana le robaron el almuerzo a el Gordo y murió el perro de Carlos. Ambos cambiaron y dejaron de ser ellos.
Marcos llegó con la noticia de que había muerto su madre, en ese momento volteamos a ver a José María, sabíamos que moriría su abuela. Sonó su teléfono y gritamos. Era verdad, su abuela murió. Ellos esperaban ver a la maestra sin brazo, pero yo aun no sabía que pasaría, era mentira lo de la maestra.
Lo confirmé cuando salí corriendo de la escuela. Llegué a casa, entré y salí del cuarto, apagué la luz y miré por encima del hombro. No sé si ya había sucedido o estaba por suceder, empujé al gordo, su cabeza golpeó con una silla y murió. Me levantaba, miraba por encima del hombro, me cuidaba de no ser visto y salía corriendo.
Entendí que ya lo había visto...

sábado, 19 de noviembre de 2011

El espejo


Un día le dijeron que si se miraba al espejo, con una vela y en la oscuridad hasta quedarse dormida, podría entrar a través de él. Muchas noches lo intentó. No sin morirse de miedo, porque el riesgo era quedarse atrapado en el espejo. No poder salir nunca más.
La luz de la vela distorsionaba las imágenes, era de miedo verse desde esa perspectiva. Uno de esos día logró ver algo más que su rostro en el reflejo. Algo en el fondo se movía. Corrió asustada a meterse entre las sábanas.
Se obsesionó hasta descubrir qué era lo que se movía: parecía un hombre que, por instantes, entraba y salía del reflejo. Ya no prendía la vela. Fue inevitable, demasiado tarde, cuando supo qué era, ya estaba dormida. Al despertar, no se podía mover, pero lo sabía: era la mano del pintor la que se movía, y ella había quedado atrapada en la pintura.