Pies de arena
Terminó como filósofo. Decía que su labor era
como la de un mosquito. Sus ideas y argumentos provocaban erupciones y comezón
en quien lo escuchaba. Cada vez lo hacía mejor. Incluso un día se
enamoró. Fue entonces que se escuchó su propia voz, sus propias ideas y comenzaron
las erupciones en la piel. Al principió no dolió. Salió una pequeña roncha en
el talón. Provocaba fuertes episodios de comezón por las noches pero era
soportable. Durante el día su vida era normal.
Primero arrancó la roncha. Salió un poco de sangre pero era placentero el
dolor.
Un día sin explicaciones ella se fue. Lo último
que le dijo la noche anterior era -Piensas demasiado-. Esto fue como un
trampolín para la comezón que se volvió insoportable. Se quedó pensando las
razones por las que se fue, sin cuestionarla, sólo imaginando que regresaría.
Un noche tras rascar y rascar llegó al hueso y le
sorprendió ver que estaba hecho de arena. Ningún razonamiento filosófico logró
poner en paz su corazón para explicar tan extraño suceso. Lo cierto es que
trató de vendarlo para que no siguiera saliéndose la arena. Le resultaba complicado
ponerse de pie y compró un bastón.
Pasó el tiempo. El malestar crecía y crecía hasta
que fue insoportable. Un día decidió renunciar a su trabajo por que nadie le
creía y estaba arto de lidiar con gente que además se burlaba de su malestar,
alegando que sólo tenía pie de atleta.
Se amputó el pie para terminar con el malestar.
Ya no salía sangre. Sólo arena. Amarró su piel como un costal. La comezón no
cedía. Al contrario hacía que se rascara más por las noches mientras dormía. Al
día siguiente intentaba rellenar su pierna con la arena que se había regado
sobre la cama.
Amarró sus manos para evitar rascarse pero
siempre lograba liberarse alguno o las dos. Usó cadenas apretadas a las muñecas
para impedirlo, hasta que terminó por desprenderse una de sus manos. No sangró.
También estaba llena de arena...
Pasaban los días. No ya no salía a la calle. Cada
vez perdía más arena entre la cama y los muebles. Sus miembros se hacían más
delgados. Hizo pedidos de arena hasta que su cuenta bancaria quedó en ceros.
Cada día perdía más arena, más peso y estaba más
delgado. Lo aterraba la sensación de que desaparecer y su piel se quedara como
un costal vacío.
La única solución para no desaparecer era irse a
vivir a la playa pero sin dinero en el banco y sin trabajo era imposible. Su
destino estaba escrito.
Días después recibió una llamada telefónica.
Pensó que sería ella, la mujer de la que había enamorado. La que le hizo
escuchar su voz y llegar a donde estaba. Eran los de la tarjeta de débito
vacía. Se comunicaron para informarle que por sorteo del banco había ganado a
un viaje a la playa. Sólo tenía que pagar su anualidad para obtenerlo. Vendió
su teléfono para poder pagar la anualidad y conseguir el viaje. Puso en renta
el departamento de interes social que le había dejado su madre con todo y
muebles. Se compró una silla de ruedas. Consiguió un pequeño cuarto en en la
playa a las orillas, fuera de la zona turística. Era feo pero tenía salida al
mar.
No encontró explicación filosófica alguna, ni lo
estuvo pensando pero poco a poco su pierna y si mano como las lagartijas
comenzaron a crecer hasta estar completas.
Ahora vive en la playa. Todas las mañanas se
levanta a mirar el amanecer a través del mar mientras rellena su cuerpo de
arena.
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