viernes, 30 de abril de 2010

¿A cuál miro?

Sé que no debería decirlo-se decía la tía, Q- pero esta vez tengo que decirlo. Era un sábado por la mañana, en ese tiempo tomaba clases Aerobics, a las 10 am. Salía a pasear al perro después de bañarme, a eso de las 12. Me sentaba en una banca dónde no pegaba el sol, bueno, solo en la espalda. Miraba pasar a la gente.
Ella, tenia un perro de esos horribles, que nunca sabes que raza son, y que dan ganas de patear de sólo verlos. Pero de cuando en cuando, ese animalito le ayudaba a lidiar con la soledad. En el mejor de los casos, socializar. Si es que se le puede llamar así a cruzar unas palabras con extraños.
La gente tiene formas chistosas de estar en los parques. Los enamorados. Las solitarias como yo. Los libidinosos. Y los que pasean a sus perros, que a veces cruzan palabras con sus iguales. Tienen algo en común. La soledad me invade como el cáncer. Mi marido me evita cada vez más. En todas mis travesías por el parque, sólo logré hacer una amistad pero sólo por corto tiempo.
Nunca pensó que saldría corriendo de lo que tanto ansiaba. Alguien con quien hablar, con quien compartir lo que pensaba. Enrique llegó con un perro igual de feo. Los animales se tocaban y lamían, como si se conocieran. La conversación fue casual, pero inusual, tardo mucho más tiempo. Terminaron sin conocer sus nombres. No importaba. Q, casi no lo veía a la cara, ponía los ojos en los perros jugando. Lo escuchaba con avidez. Cómo escuchaba las tontas canciones de la clase de Aerobics. Se hablaban de cosas sin importancia. Pero era como la quimio de sus soledades. Desagradable pero cura. A veces.
El problema comenzó por el tercer encuentro. Nunca lo había mirado a los ojos. Nos encontrábamos los sábados. Sus ojos. Terrible enigma. Aún lo pienso y me arrepiento de pensarlo. Arremete contra mi la culpa. Eran de un color café oscuro, limpios, grandes. Siempre mirando con gran atención y conflicto a la vez. Era alto. Pero esos ojos, me sacudían. No sabia el nombre de ese padecer en los ojos ni el suyo. Fue hasta entonces que supe su nombre, el de él. Mi cabeza no pensó en otra cosa que... voy a nombrarlo E, en E asociado a esa mirada, ojos, no sé.
Temía perderlo, como si fuera un amante, no sólo como alguien con quien conversar. Decidió no hacer esas preguntas que la angustiaban. Sabiendo que terminarían por alejarla, pero le daba terror que saliera corriendo. Investigó por muchos medios, bueno, todos los que tenia a su alcance alguien inundado en soledad. Fue entonces que descubrió el nombre. Estrabismo. De nacimiento, progresivo... incontrolable. Eran las palabras que giraban en su cabeza como moscas, queriendo apartarlas.
Llevaba días tratando de no pensar. El siguiente encuentro, intentaba a toda costa no mirarlo a los ojos. No pude. Mayor fue mi angustia. Sentía ganas de llorar, mis músculos eran débiles. No dejaban de verlo, ni se marchaba de ahí. Creo que se dio cuenta. Esas fueron las palabras que atormentaron toda semana. Miento.Había más. Morbo, ignorancia, duda.
Llegó el quinto y terrible encuentro, que acabaría por separarlos. Pero nunca del pensamiento de ella. La misma hora,el mismo parque. Allí estaba. Y más contundente la insistente e insoportable mirada, la de ella, por supuesto. La incomodidad llegó a tal punto que, hasta él, se sintió apenado.
Sí, lo sabia. Mis lágrimas corrían por mis mejillas. E, estaba desconcertado, intentó preguntar algo. Salí corriendo. Nada me detuvo. No tenia por que hacerlo. Debí preguntar. Mis dudas. No sabia a que ojo mirar. Cómo saberlo sin preguntar. Todo el tiempo. Lo perdí.
Todavía ahora, después de tanto tiempo lo sigue recordando. Ahora que ya no existen las clase de Aerobics, que han mutado en "Zumba". Ella sigue con las dudas. Cada que ve a un estrábigo, lo evita. ¿Cómo ve el mundo? ¿Sienten que no los estas viendo cuando ves el ojo equivocado, el que no controla? ¿Ven dos cosas diferentes, en su cabeza como es el proceso? ¿Sienten que son mal vistos? Muchas preguntas que aún se sigue haciendo. En silencio. Cuando nadie la mira. Cuando Q cree que ni ella lo está pensando, por que no hay testigos.
 Enrique Villén Siete mesas de billar francés

martes, 20 de abril de 2010

¿Qué somos?

Platicando con mi comadre, Petroncia (que bautizó a mi perro Cara de Puño) pasé la tarde de ayer. Esperábamos las croquetas, que el gobierno provee a los desamparados. Le comenté un chisme del vecino, Chito. Ya tiene tres hijos, y le aparecieron cinco más con otra mujer, que también era su esposa, eso dice él, por que con ninguna está casado.
Ya entradas en la plática, tuve que confesar que no fue una vecina, sino, yo. Quería entender mi parentesco con la esposa de mi esposo. Le dije: Yo entiendo el parentesco con mis hijas, hermanas, padre, madre, suegra, nuera, cuñada, con-cuña y hasta familiares más lejanos, pero, con las esposa de mi esposo, no. Ella, insistía en que no pensara en eso, es la otra. Puedo hablarlo abiertamente, después de tantos años de casada, y conocerlo más que la tabla del dos, lo de menos es que fuera la otra. Vaciló, argumentado entre carcajadas: Es la casa chica.
Desesperada pregunté: ¿Qué somos?, no entiendo, ¿No existe una palabra para nombrar nuestro parentesco ?. Respondió acongojada, no lo sé, no creo. Decidí ponerle un nombre. Otra-esposa, sonaba mal, y no me sonaba a un parentesco de iguales, porque somos iguales, nuestras casas son del mismo tamaño, inclusive ella tiene dos hijos más. Decidimos felizmente nombrar a ese parentesco: con-esposa. Como las con-cuñas, que tienen una condición similar. Así podré preguntarle: ¿Cómo está mi con-esposa?. Lo teníamos resuelto. Entonces, mi comadre, tímida preguntó: ¿Cómo se le dice al parentesco de la esposa con la amante o amantes de su esposo?. Después de unos segundos afirmé: Con-pro-metida.