A los cuatro años descubrió que las panaderías esconden secretos. No sólo venden pan. El niño trató de ver las conchas y panes al fondo de la vitrina. En el fondo había un espejo que le reveló una verdad. Se vio y se reconoció, y no sólo eso, entendió que su cabello era diferente al de todos los niños que conocía. Fue tanta la emoción, sorpresa y desconcierto que le dijo a su madre: ¡Mamá tengo el pelo rojo!
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